Como decía George Orwell, “La libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír”. Llevo ejerciendo el periodismo desde que me licencié en el año 2002 y con mucho esfuerzo he ido consolidándome en este mundo gracias a mi paciencia, esfuerzo, dedicación y duro trabajo.
Pero en muchas ocasiones, las cosas nunca salen como esperamos y cuando crees estar haciendo tu labor de la mejor manera posible, te das cuenta de que no siempre llueve a gusto de todos y que las opiniones no tienen por qué ser coincidentes.
Como les he dicho llevo diez años como periodista, pero los tres últimos han sido los peores desde que comencé. He sido amenazada, maltratada e incluso han intentado atentar contra la vida de mi marido y mis hijos. Y todo ¿por qué? Por intentar ejercer mi profesión y tratar de dar la información más completa y fiel a mis lectores.
Todo comenzó la mañana del 20 de mayo de 2009, día de las elecciones generales en España. Para mí, era un día importante. Tanto mis compañeros como yo teníamos que estar atentos a cualquier información, dato o hecho que pudiera producirse en las sedes pertenecientes a los candidatos de los distintos partidos políticos y en los centros donde se llevan a cabo las votaciones. A lo largo de toda la jornada, entre unos y otros conseguimos reunir los datos suficientes para poder elaborar las correspondientes crónicas, artículos de opinión y noticias que al día siguiente, como cada mañana, serían leídos por todos los ciudadanos.
Pero hubo algo que me resultó impactante. Al poco tiempo de cerrar las actas, cuando me dirigía a recoger mis cosas de una de las taquillas habilitadas a la prensa, observé algo que cambió completamente mi labor como periodista. Los dirigentes del partido que resultaría proclamado como ganador electoral introducían papeletas en las urnas donde se llevaban a cabo las votaciones.
Realmente no podía creérmelo, no podía estar pasando. Y lo que menos pensaba era que yo era la persona que lo estaba viendo todo sin apenas dar crédito. Aguardé unos instantes hasta esperar que la zona quedara completamente vacía y me aseguré que lo que mis ojos habían visto no era un simple espejismo. No me equivocaba. Me acerqué lentamente hasta allí y pude ver como aquello era cierto.
El temor y la duda se apoderaron de mí. ¡No sabía que hacer! Para una periodista como yo, eso era toda una exclusiva, la noticia del momento… pero me entró miedo. ¿Qué hago?, ¿lo cuento o no lo cuento? Estos eran los pensamientos que de forma constante se pasaban una y otra vez por mi cabeza. Después de mucho pensar y reflexionar, decidí arriesgarme, pensé como periodista y me puse en el lugar de mis lectores. A mí me gustaría conocer la verdad, ¿por qué ellos no iban a tener el derecho a saberla?
Dejé de lado datos, estadísticas, entrevistas y toda la información recogida durante ese duro día y me puse a redactar lo que sería la noticia del momento. Mi artículo creó una gran expectación entre mis compañeros, que tampoco podían dar crédito a mis palabras y, finalmente, la información comenzó a circular.
Es entonces cuando comenzó la parte más dura desde que estoy aquí. Como os podéis imaginar, toda la verdad salió a la luz, los resultados electorales cambiaron, los políticos y responsables fueron encarcelados y todo dio un giro de 360 grados. También para mí.
A los dos días de la publicación, comienzo a recibir llamadas telefónicas donde me amenazan y me dicen que van a acabar con mi vida y con la de mi familia. Me tenían controlada. A la mañana siguiente, cuando salí de mi oficina, dos hombres me agredieron con un objeto metálico golpeándome en la cabeza, las costillas y las piernas. Todo ello acompañado de fuertes insultos y vejaciones.
Yo no era consciente de nada cuando me desperté. Me encontré rodeada de mi familia en la unidad de cuidados intensivos del hospital 12 de octubre donde pasé inmovilizada los últimos 4 meses desde el suceso. Ajena al revuelo que se había generado debido a mi estado, el caso se llevó a los Tribunales, la verdad se descubrió .Encontraron a las personas que me propiciaron la paliza y a día de hoy para mi tranquilidad están en la cárcel.
Como todos ustedes saben, el ejercicio de la labor periodística no es algo sencillo. El artículo 20 de la Constitución Española, reconoce y protege los derechos a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante cualquier forma o medio de difusión. Además, garantiza la posibilidad de comunicar y recibir libremente información veraz.
Como cada semana desde que ocurrió el incidente, sigo recibiendo ayuda psicológica porque a pesar del tiempo transcurrido desde entonces, superarlo no ha sido nada fácil. Hoy, 3 de mayo, Día de la Libertad de Prensa, me encuentro aquí con todos ustedes como periodista, para recibir este homenaje, reconocimiento al mérito, esfuerzo y superación puesto durante toda mi carrera.
No me arrepiento de lo que hice. Me siento orgullosa de mi misma, de haber llevado mi profesión hasta aquí. De haber cumplido todas y cada una de las normas periodísticas de la forma más correcta posible, aunque esto haya podido llevarme a pasar tantos duros momentos. Si estuviera en la misma situación, volvería a hacerlo, porque considero que el periodismo no solo es cuestión de redactar sucesos y acontecimientos, sino que es llevarle al lector toda la información posible, tanto negativa, como positiva y tanto si le gusta como si no, porque también tiene derecho a saber la verdad.
Por eso, jóvenes periodistas os recomiendo que en estos tiempos tan difíciles que nos encontramos luchéis por lo que realmente queréis, que exprimáis cada segundo de vuestro tiempo a alcanzar vuestros sueños, vuestras ilusiones y no dejéis que el miedo o el temor por hacer algo pueda con vosotros. Y recordad, sed libres para expresar lo que queréis sin miedo, porque si no lo hacéis el mundo podrá quedarse sin escuchar vuestras palabras. Muchas gracias.